jueves, 27 de febrero de 2020

Lecturas en tiempo de Cuaresma.

Texto copiado del libro Jesús de Nazaret, de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI)

«La Alianza del Sinaí, según la descripción de Éx 24, se fundaba en dos elementos. Por un lado en «la sangre de la alianza», la sangre de animales sacrificados, con la cual se rociaba el altar -como símbolo de Dios- y el pueblo; y, en segundo lugar, en la palabra de Dios y la promesa de obediencia de Israel: «Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos», había dicho solemnemente Moisés después del rito de la aspersión. Inmediatamente antes el pueblo había respondido a la lectura del libro de la alianza: «Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos» (Éx 24,7).

Esta promesa de obediencia, que era constitutiva de la alianza, se rompía inmediatamente después con la adoración del becerro de oro mientras Moisés estaba en la montaña. Toda la historia que sigue es una historia de reiteradas violaciones de la promesa de obediencia, como muestran tanto los libros históricos del Antiguo Testamento como los libros de los profetas. La ruptura parece irremediable en el momento en que Dios abandona a su pueblo al exilio y el Templo a la destrucción.

En aquellos momentos surge la esperanza de la «nueva alianza», no basada ya en la fidelidad siempre frágil de la voluntad humana, sino grabada indestructiblemente en el corazón mismo (cf. Jer 31,33). En otras palabras, el nuevo pacto debe basarse en una obediencia que sea irrevocable e inviolable. Esta obediencia, fundada ahora en la raíz de la humanidad, es la obediencia del Hijo que se ha hecho siervo y asume en su obediencia hasta la muerte toda desobediencia humana, la sufre hasta el fondo y la vence.

Dios no puede simplemente ignorar toda la desobediencia de los hombres, todo el mal de la historia, no puede tratarlo como algo irrelevante e insignificante. La injusticia, el mal como realidad concreta, no se puede ignorar sin más, dejarlo estar. Se debe acabar con él, vencerlo. Sólo esto es verdadera misericordia. Y que ahora lo haga Dios, puesto que los hombres no son capaces de hacerlo, muestra la bondad «incondicional» divina, una bondad que no puede estar en contradicción con la verdad y la correspondiente justicia. «Si somos infieles, Él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo», escribe Pablo a Timoteo (2 Tim 2,13).

Esta fidelidad suya consiste en que Él no sólo actúa como Dios respecto a los hombres, sino también como hombre respecto a Dios, fundando así la alianza de modo irrevocablemente estable. Por eso, la figura del siervo de Dios que carga con el pecado de muchos (cf. Is 53,12), va unida a la promesa de la nueva alianza fundada de manera indestructible. Este injerto ya inconmovible de la alianza en el corazón del hombre, de la humanidad misma, tiene lugar en el sufrimiento vicario del Hijo que se ha hecho siervo. Desde entonces, a toda la marea sucia del mal se contrapone la obediencia del Hijo, en el cual Dios mismo ha sufrido y cuya obediencia es, por tanto, siempre infinitamente mayor que la masa creciente del mal (cf. Rom 5,16-20).

La sangre de los animales no podía ni «expiar» el pecado ni unir a los hombres con Dios. Sólo podía ser un signo de la esperanza y de la perspectiva de una obediencia más grande y verdaderamente salvadora. En las palabras de Jesús sobre el cáliz, todo esto se ha resumido y convertido en realidad: Él da la «nueva alianza sellada con su sangre». «Su sangre», es decir, el don total de sí mismo en que Él sufre todos los males de la humanidad hasta el fondo, elimina toda traición asumiéndola en su fidelidad incondicional. Este es el culto nuevo, que Él instituyó en la Última Cena: atraer a la humanidad a su obediencia vicaria. Participar en el Cuerpo y la Sangre de Cristo significa que Él responde «por muchos» -por nosotros- y, en el Sacramento, nos acoge entre estos «muchos».
 

12 comentarios:

  1. Gracias por este texto. Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Caso de no haber leído el libro, te lo recomiendo, es bueno y muy didáctico. Saludos cordiales.

      Eliminar
  2. Peregrino, me gustó mucho el libro que recomendaste la vez pasada, el de "infiltración". El de la entrada escrito por Benedicto XVI es magnífico, fresco y de fácil lectura. Vivir la existencia eucarística de Nuestro Señor Jesucristo es la respuesta activa con el mayor amor que podamos. Abrazos fraternos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es, Kim, muy bueno aquel libro y un tesoro este del que trata la entrada. La centralidad de la Eucaristía para el católico nunca estará lo suficiente enfatizada, es Dios mismo como Hijo; como hombre y como Dios, quien se da a sí mismo hasta el final, un final de Cruz para hacernos sus hijos a quienes en ÉL creemos y a Él seguimos con toda el alma.
      Abrazos fraternos

      Eliminar
    2. Tú ya sabes que allí....Es que es Él, en persona, ahí, está Él. ¡ya! sin más esperas...Estamos con Jesús y como los discípulos, misma generación, caminamos con Él y aprendemos de nuestro Pastor.
      Abrazos fraternos.

      Eliminar
    3. Así es, Kim; el Padre se hace Hijo e ingresa en la materia; en el espacio y en el tiempo. A través del Espíritu Santo, que es el Padre y es el Hijo, toma cuerpo de hombre en el sacratísimo vientre de Santa María, Virgen; Su carne y Su sangre es la carne y la sangre de Nuestra Señora. Siendo hombre, muere por los pecados del hombre y nos deja Su bendito Cuerpo en la Hostia Sagrada; siendo Dios, resucita y atrae a los hombres que en Él creen a la Vida eterna, a la Verdad y a la Luz sin sombra: «Y yo, cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.» (Juan 12,32). Por eso, también la Cuaresma es el tiempo de María, de sus silencio y de su enorme sufrimiento. María, Corredentora nuestra.
      Abrazos fraternos.

      Eliminar
  3. Un texto lleno de esperanza aunque el hecho de que en el Sacramento nos acoge no debemos de recibirlo con los brazos cruzados, hay que ser activos dando testimonio de la grandeza de Dios con hechos y palabras.Saludos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Estoy muy de acuerdo con lo que dices, Charo. Dijo Él a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía» (Lucas 12,1). Saludos cordiales.

      Eliminar
  4. Gloria a Dios que tuvo misericordia de nosotros y nos ha regalado esta salvación tan grande. Mi gratitud por siempre.
    Gracias por este texto, muy comprensible.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Si los hombres fueran mínimamente conscientes de la Salvación a través de Jesucristo, preferirían morir antes de dejar de comulgar en gracia un sólo día. Gracias a ti, ojo jumano. Saludos cordiales.

      Eliminar
  5. Fuimos comprados con Su sangre, este precio por mi,
    por mi amor, por eso, soy salvada, amada, elegida.
    esa es mi gloria, mi alegría, ser totalmente de Cristo.

    Gracias.! Propicio el texto para este tiempo de Cuaresma.

    ¡Santa Cuaresma, camino hacia la Pascua.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es, Marian, gracias al sacrificio de Dios-hombre por todos los hombres que en Él creen y a Él aman, hemos sido hechos hijos de Dios, y por lo tanto hermanos entre nosotros gracias a la fe.
      Gracias a ti, Marian, Santa Cuaresma y saludos fraternos.

      Eliminar