“La entrada me parecía un callejón largo y estrecho, como un horno muy bajo, oscuro y angosto; el suelo, un lodo de suciedad y de un olor a alcantarilla en la que había una gran cantidad de reptiles repugnantes. En la pared del fondo había una cavidad como de un armario pequeño encastrado en el muro, donde me sentí encerrar en un espacio muy estrecho. Pero todo esto era un espectáculo agradable en comparación con lo que tuve que sufrir” […].
“Lo que estoy a punto de decir, sin embargo, me parece que no se pueda ni siquiera describirlo ni entenderlo: sentía en el alma un fuego de tal violencia que no se como poderlo referir; el cuerpo estaba atormentado por intolerables dolores que, incluso habiendo sufrido en esta vida algunos graves […] todo es incomparable con lo que sufrí allí entonces, sobre todo al pensar que estos tormentos no terminarían nunca y no darían tregua” […].
“Estaba en un lugar pestilente, sin esperanza alguna de consuelo, sin la posibilidad de sentarme y extender los miembros, encerrada como estaba en esa especie de hueco en el muro. Las misas paredes, horribles a la vista, se me venían encima como sofocándome. No había luz, sino unas tinieblas densísimas” […].
“Pero a continuación tuve una visión de cosas espantosas, entre ellas el castigo de algunos vicios. Al verlos, me parecían mucho más terribles […]. Oír hablar del infierno no es nada, como tampoco el hecho de que haya meditado algunas veces sobre los distintos tormentos que procura (aunque pocas veces, pues la vía del temor no está hecha para mi alma) y con las que los demonios torturan a los condenados y sobre otros que he leído en los libros; no es nada, repito, frente a esta pena, es una cosa bien distinta. Es la misma diferencia que hay entre un retrato y la realidad; quemarse en nuestro fuego es bien poca cosa frente al tormento del fuego infernal. Me quedé espantada y lo sigo estando ahora mientras escribo, a pesar de que hayan pasado casi seis años, hasta el punto de sentirme helar de terror aquí mismo, donde estoy” […].
“Esta visión me procuró también una grandísima pena ante el pensamiento de las muchas almas que se condenan (especialmente las de los luteranos que por el bautismo eran ya miembros de la Iglesia) y un vivo impulso de serles útil, estando, creo, fuera de dudas de que, por liberar a una sola de aquellos tremendos tormentos, estaría dispuesta a afrontar mil muertes de buen grado” […].
“Horribles cavernas, vorágines de tormentos”: Santa María Faustina Kowalska
“Hoy, guiada por un ángel, he estado en los abismos del Infierno. Es un lugar de grandes tormentos en toda su extensión espantosamente grande. Estas son las varias penas que he visto: la primera pena, la que constituye el infierno, es la pérdida de Dios; la segunda, los continuos remordimientos de conciencia; la tercera, la conciencia de que esa suerte no cambiará nunca; la cuarta pena es el fuego que penetra el alma, pero que no la aniquila; es una pena terrible: es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios; la quinta pena es la oscuridad continua, un hedor horrible y sofocante, y aunque está oscuro, los demonios y las almas condenadas se ven entre sí y ven todo el mal propio y de los demás; la sexta pena es la compañía continua de Satanás; la séptima pena es la tremenda desesperación, el odio a Dios, las imprecaciones, las maldiciones, las blasfemias”.
“Estas son penas que todos los condenados sufren juntos, pero esto no es el final de los tormentos. Hay tormentos particulares para varias almas que son los tormentos de los sentidos. Cada alma, con lo que ha pecado, es atormentada de forma tremenda e indescriptible. Hay cavernas horribles, vorágines de tormentos, donde cada suplicio es distinto del otro. Haría muerto a la vista de esas horribles torturas si no me hubiese sostenido la omnipotencia de Dios. Que el pecador sepa que con el sentido con el que haya pecado será torturado por toda la eternidad. Escribo esto por orden de Dios, para que ningún alma se justifique diciendo que el infierno no existe, o que nadie ha estado nunca y que nadie sabe cómo es”.
“Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he estado en los abismos del infierno, con el fin de contarlo a las almas y atestiguar que el infierno existe. Ahora no puedo hablar de esto. Tengo la orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios han demostrado un gran odio contra mí, pero por orden de Dios han tenido que obedecerme. Lo que he escrito es una débil sombra de las cosas que he visto. Una cosa he notado, y es que la mayor parte de las almas que hay allí son almas que no creían que existía el infierno. Cuando volví en mí, no conseguía recuperarme del espanto, pensando que las almas allí sufren tan tremendamente, por esto rezo con mayor fervor por la conversión de los pecadores, e invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos. Jesús mío, preferiría agonizar hasta el fin del mundo, entre los peores sufrimientos, antes que ofenderte con el mínimo pecado” (Diario di Santa Faustina, 741).
“Un gran mar de fuego”: sor Lucía de Fátima
“[María] Ella abrió de nuevo Sus Manos, como había hecho los dos meses anteriores. Los rayos [de luz] parecía que penetrasen la tierra y nosotros vimos como un vasto mar de fuego y vimos a los demonios y las almas (de los condenados) inmersos en el”.
“Estaban como tizones ardientes transparentes, todos ennegrecidos y quemados, con forma humana, ellos se movían en esta gran conflagración, a veces lanzados al aire por la llamas y absorbidos de nuevo, junto a grandes nubes de humo. Otras veces caían por todas partes como chispas en fuegos enormes, sin peso o equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación, que nos aterrorizaban y nos hacían temblar de miedo (debe ser esta visión la que me hizo llorar, como dice la gente que me oyó)”.
“Los demonios se distinguían (de las almas de los condenados) por su aspecto aterrador y repelente parecidos a animales horrendos y desconocidos, negros y transparentes como tizones ardientes. Esta visión duró solo un segundo, gracias a nuestra buena Madre Celeste, que en su primera aparición había prometido llevarnos al Paraíso. Sin esta promesa, creo que habríamos muertos de terror y de espanto”.
Nota: Dice el Catecismo sobre el infierno:
1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la
aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm
1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva
del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura
reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de
cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro
(cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf.
Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8;
Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma
(cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su
retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a
través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de
Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar
inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857;
Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305),
bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS
858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306).
«A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57).
El infierno
1033. Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".
1034. Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles [...] que recogerán a todos los autores de iniquidad, y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí, malditos, al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035. La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036. Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):
«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).1037. Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)
Todos, los pastorcitos, la Santa, San Juan Bosco,etc. coinciden como sor Faustina: Cuando volví en mí, no conseguía recuperarme del espanto, pensando que las almas allí sufren tan tremendamente, por esto rezo con mayor fervor por la conversión de los pecadores, e invoco incesantemente la misericordia de Dios para ellos.Abrazos fraternos.
ResponderEliminarAsí es, Kim, coinciden todos ellos en muchos de los detalles que dan sobre el lugar de perdición, y nos consta, además, que estos hombres y mujeres de Dios, santos muchos de ellos, no mienten ni fabulan. Relatan lo que les ha sido mostrado.
EliminarLa mención al Infierno y a Satanás apenas sale de ningún púlpito, si acaso de alguno a cargo de algún sacerdote valeroso con verdadero temor de Dios y no de su obispo. Hay que rezar por la conversión de cuantas más almas mejor, pues la paga del pecado es la muerte. La muerte de verdad, no la del cuerpo. Abrazos fraternos.
Madre mía, qué terrible lo que estos místicos elegidos por la Virgen y el Señor, vieron y sintieron allá abajo... En ocasiones he pensado que el infierno pudiera incluso ser un lugar concreto : el núcleo de la tierra que es fuego incandescente, como por la ciencia sabemos. Así se comprendería aquello que dice el Señor: vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba (Santo Evangelio según San Juan,8-23). Cuando la Virgen quiere mostrarles el infierno lanza una luz celestial hacia abajo.
ResponderEliminarRecuerdo unas perforaciones muy profundas que se hicieron me parece que en Rusia, y teniendo abierto el agujero, testificaron y grabaron lo que parecían gritos de dolor espantosas (esto lo escuché en un video de you tube).
Sea como fuere, vivamos del Amor compasivo y omnipotente de Jesucristo que por todos sus medios nos quiere acoger en su Vida eterna. Procuremos serle dóciles, aunque cueste. Bien vale la pena sufrir un poco aquí, para luego poder estar con Nuestro gran Amor.
Abrazos fraternos
Terrible, produce pavor, Neila, además estos hombres y mujeres de Dios son veraces pues conocen perfectamente la paga que cosecha quien miente o fabula sobre las cosas y las leyes de Dios.
EliminarNo conocía eso que comentas sobre el núcleo terrestre, tampoco el dato interesantísimo e inquietante de la perforación en Rusia. Lo buscaré por internet.
Personalmente (es sólo pura especulación por mi parte), me inclino a pensar que el Hades es más una determinada franja de cierta dimensión no física (pero tan real como la física).
Oremos hasta desgastar nuestras manos y nuestras gargantas, nos va la Vida en ello.
Abrazos fraternos.
Terribles visiones que nos deberían tener más presente el infierno para convencernos de que tenemos que ser mejores personas y no ofender a nuestro Padre Dios.Rezo por el perdón de todos los pecados que cometemos en el mundo todas las personas a lo largo de toda la historia y que Dios sea misericordioao con todos nostros.Saludos
ResponderEliminarEs algo, el Infierno, de lo que no se quiere hablar, y me refiero también a muchos sacerdotes que nunca lo mencionan. Muy mal, cargan con grave responsabilidad porque el Infierno es real, tanto como el Cielo o la zona de "limpieza" o purgatorio. Tan real como el parque por el que solemos pasear cuando los paseos son posibles. Sí, hay que consagrar nuestra vida al Cielo, al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo y a Santa María Virgen. Caeremos, claro, no olvidemos que aquí abajo estamos revestidos de un cuerpo corruptible, mortal. De una materia mortal por la desobediencia primera de nuestros padres, pero tantas veces caigamos, hay que levantarse y confesar nuestros pecados, no hay otra. Dios tenga misericordia de todos nosotros. Saludos cordiales.
EliminarAhora ya no está de moda. Ya sabes. Un beso
ResponderEliminarPor no asustar o por no creer, he ahí la cuestión. Saludos coriales.
EliminarUna verdad que el mundo ha olvidado; tal vez en estos días de meditación (y en algunos de gran sufrimiento) podamos llegar a vislumbrarlo en su justa dimensión.
ResponderEliminarBuena salud.
Hemos olvidado lo esencial, nuestra dimensión eterna, para rodearnos de vanalidades caducas. Un drama.
EliminarBuena salud para ti también.