miércoles, 2 de noviembre de 2022

Fieles difuntos


La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud en celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección para que, purificados de toda mancha del pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna.


Tres visiones del Purgatorio.

Padre Pío

Cierto día, mientras rezaba a solas, Padre Pío abrió los ojos y vio a un hombre anciano ante él. Le sorprendió la presencia de otra persona en la habitación puesto que, según su propio testimonio: “No me podía imaginar cómo podría haber entrado en el convento en ese momento de la noche, ya que todas las puertas están bloqueadas”.

Con la intención de desvelar el misterio, Pío preguntó al hombre: “¿Quién eres? ¿Qué quieres?”.

El hombre respondió: “Padre Pío, soy Pietro Di Mauro, hijo de Nicolás, apodado Precoco. Yo morí en este convento el 18 de septiembre de 1908, en la celda número 4, cuando todavía era un asilo de pobres. Una noche, mientras estaba en la cama, me quedé dormido con un cigarro encendido, el cual incendió el colchón y he muerto, asfixiado y quemado. Todavía estoy en el purgatorio. Necesito una Santa Misa con el fin de ser liberado. Dios permitió que yo venga a pedirle su ayuda”.

Pío consoló a la pobre alma diciéndole: “Tenga la seguridad de que mañana celebraré la Santa Misa por su liberación”.

El hombre se marchó y al día siguiente Pío realizó algunas investigaciones, con las que descubrió la veracidad de la historia de un hombre con el mismo nombre que falleció aquel día de 1908. Todo quedó confirmado, así que el Padre Pío celebró una misa por el reposo del alma del anciano.

Esta no fue la única aparición de un alma del purgatorio que pedía las oraciones del Padre Pío. Pío aseguraba: “Más almas de los muertos del purgatorio que de los vivos subían a este monasterio”.


Santa María Magdalena de’ Pazzi

Estaba descansando con algunas hermanas en el jardín del monasterio. De repente cayó en éxtasis y se puso a gritar: ‘Sí, estoy dispuesta a venir”. Con estas palabras, cuyo significado no comprendieron sus hermanas, la santa comunicaba su disposición a seguir a su ángel guardián en un viaje a través del purgatorio.

¡Oh pobre hermano mío, cuánto debes sufrir! ¡Pero consuélate! Sabes que estas penas te abren el camino a la bienaventuranza eterna!”, dijo cuando vio el alma de su hermano difunto. Prosiguió: “Yo veo que no estás triste, porque soportas penas, que son tremendas, ¡pero de buen grado y feliz! Cuando estabas en este mundo no quisiste escuchar cuando te advertía y te aconsejaba. Ahora, deseas que yo te escuche. ¿Qué quieres de mí?’. Él le pidió un determinado número de misas y santas comuniones”.


Santa Faustina Kowalska

"Vi al Ángel de la Guarda, que me ordenó seguirle. En un momento me encontré en un lugar nublado, lleno de fuego, y en él una muchedumbre enorme de almas sufrientes. Estas almas rezan con gran fervor, pero sin eficacia para sí mismas: sólo nosotros podemos ayudarlas. (…) Pregunté a esas almas cuál era su mayor tormento. Y unánimemente me respondieron que su mayor tormento es el ardiente deseo de Dios”. “Vi a la Virgen que visitaba a las almas del purgatorio. Las almas llaman a María ‘Estrella del Mar’. Ella les da alivio”. “Oí dentro de mi una voz que decía: ‘Mi Misericordia no quiere esto, pero lo exige la justicia’. Desde entonces estoy más cerca de las almas sufrientes del purgatorio”.



Nota: Dice el Catecismo sobre el Purgatorio:


1021 La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.

1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306).
«A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57).


1030. Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031. La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).
1032. Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
«Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).

2 comentarios:

  1. Desconocía esas visiones de los santos que mencionas. Me han impresionado mucho.Saludos

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    1. Una alegría que estos textos lleven a la reflexión. Saludos cordiales.

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