miércoles, 1 de enero de 2025

Theotokos. Santa María, Madre de Dios.

Sub tuum praesidium (Texto original, pulsar aquí)

Recogemos este texto sobre una de las primeras oraciones dirigidas a la Virgen por los primeros cristianos. La oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, probablemente el más antiguo y el más importante en torno a la devoción a Santa María. Se trata de un tropario (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud.

Es quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos a la Virgen, e indiscutiblemente es la primera vez que este término aparece en un contexto oracional e invocativo.



Edgar Lobel, experto en papirología de la Universidad de Oxford, dedicó su vida al estudio de los papiros encontrados en Egipto. Como es conocido, el clima extremadamente seco de la mayor parte de Egipto ha hecho que se conserven multitud de fragmentos de papiros antiquísimos, con textos de hace milenios, en griego y en copto. Muchos de estos textos se habían perdido. En otros casos, los papiros sirven para confirmar la antigüedad de textos que sí que se habían conservado a través de sucesivas copias o traducciones.

Uno de estos papiros, descubierto en las proximidades de la antigua ciudad egipcia de Oxirrinco, contenía una oración a la Virgen. Y no cualquier oración, sino una plegaria que continuamos rezando hoy en día, la oración Sub tuum praesidium. La versión latina es:
Sub tuum praesidium
confugimus,
Sancta Dei Genitrix.
Nostras deprecationes ne despicias
in necessitatibus nostris,
sed a periculis cunctis
libera nos semper,
Virgo gloriosa et benedicta.
La versión castellana, muy conocida:
Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!

Y la versión en griego clásico, que es precisamente la que se encontró en el papiro. Basta fijarse con detenimiento en la foto del papiro para reconocer las palabras griegas originales:
Ὑπὸ τὴν σὴν εὐσπλαγχνίαν,
καταφεύγομεν, Θεοτόκε.
Τὰς ἡμῶν ἱκεσίας,
μὴ παρίδῃςἐν περιστάσει,
ἀλλ᾽ ἐκ κινδύνων λύτρωσαι ἡμᾶς,
μόνη Ἁγνή, μόνη εὐλογημένη.
Cabe destacar la presencia del término Theotokos (en este caso, Theotoke, en vocativo), es decir, Madre de Dios.

Dos siglos después, en el Concilio de Éfeso, se reconoció de forma solemne que este título era adecuado para la Virgen María, contra el parecer de Nestorio.

Es decir, en Éfeso, la Tradición de la Iglesia fue defendida contra los que preferían sus propios razonamientos a la enseñanza de siempre de la Iglesia.

Resulta impresionante rezar esta oración, sabiendo que los cristianos la rezaban ya, por lo menos, en el año 250 d.C., que es la fecha en la que EdgarLobel dató el papiro en el que se encontraba.

Nosotros no la hemos recibido de los arqueólogos, sino de la tradición de la Iglesia, a través del latín en el caso de la Iglesia Latina o del griego y el eslavonio antiguo en Oriente.

Resulta agradable, sin embargo, que la arqueología nos muestre una vez más que la tradición no es algo inventado, sino que verdaderamente nos transmite la herencia que los primeros cristianos recibieron de Cristo y de los Apóstoles.


Theotokos, la Madre de Dios

La oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, probablemente el más antiguo y el más importante en torno a la devoción a Santa María. Se trata de un tropario (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud. Es quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos a la Virgen, e indiscutiblemente es la primera vez que este término aparece en un contexto oracional e invocativo. G. Giamberardini, especialista en el cristianismo primitivo egipcio, en un documentado estudio ha mostrado la presencia del tropario en los más diversos ritos y las diversas variantes que encuentra, incluso en la liturgia latina.

La universalidad de esta antífona hace pensar que ya a mediados del siglo III era usual invocar a Santa María como Theotokos, y que los teólogos, como Orígenes, comenzaron a prestarle atención, precisamente por la importancia que iba adquiriendo en la piedad popular. Simultáneamente esta invocación habría sido introducida en la liturgia.

En el rito romano, su presencia está ya testimoniada en el Liber Responsalis, atribuido a San Gregorio Magno y es copiado en el siglo IX en la siguiente forma: “Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix”. Algunos manuscritos de los siglos X y XI, presentan unas deliciosas variantes de esta oración, manteniendo intacta la expresión Santa Dei Genitrix, en estricta fidelidad a la Theotokos del texto griego.

Se trata de traducciones fidelísimas del texto griego, tal y como aparece en el rito bizantino, en el que se utiliza la palabra griega eysplagknían, para referirse a las entrañas misericordiosas de la Madre de Dios.

La consideración de la inmensa capacidad de las entrañas maternales de la Madre de Dios está en la base de la piedad popular que tanta importancia dio al título Theotokos para designar a la Madre de Jesús.

Y quizás como lo más importante sea el hecho de que el testimonio del Sub tuum praesidium levanta la sospecha de que el título Theotokos se origina a mediados del siglo III en la piedad popular como invocación a las entrañas maternales de Aquella que llevó en su seno a Dios. Esta vez, quizás, la piedad popular fue por delante de la Teología. Al menos, es muy verosimil que así fuese.

Los fieles que, con sencillez, rezan esta oración a la Sancta Dei Genitrix, la Theotokos, la Madre de Dios, porque la han recibido de manos de la Iglesia, son los que están más cerca de lo que transmitieron los primeros cristianos y, por lo tanto, más cerca de Cristo.

sábado, 23 de noviembre de 2024

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

 

Llegados al final del año litúrgico, la Iglesia Católica (Universal) celebra a Cristo como Rey del Universo. Y así leemos en la Carta de San Pablo a los Colosenses 1, 13-20

13 Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, 14 en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados. 15 Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, 16 porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él, 17 Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia. 18 Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, 19 pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la Plenitud, 20 y reconciliar por Él y para Él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.
Porque dos son los caminos que llevan a dos ciudades. En uno de ellos Cristo es el Rey absoluto en el corazón de los peregrinos que caminan por este mundo que pasa -muchas veces a pesar de los falsos profetas que ennegrecen a la mismísima jerarquía de Su Santa Iglesia. Es el Sol eterno que alumbra la ley de sus obras y pensamientos con la guía segura y siempre suave y amorosa de Su Santísima Madre y Madre nuestra, la Santísima Virgen María. En ese camino, Cristo es el Norte seguro, y el único Norte, que lleva a la Ciudad de Dios.

En el otro, Cristo no reina y Cristo es ninguneado. En ese camino Cristo es objeto de escarnio, blanco de mofa y Su Sagrado Nombre es cubierto con blasfemias; por ese camino transitan las sombras negras del indeferentismo religioso y el relativismo. Quienes lo transitan tienen por ley a sí mismos y el non serviam alumbra sus pasos con luces de prostíbulo. Es el camino ancho y empedrado que lleva a la Ciudad de Satanás.

Mateo 25, 31-46

31. «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. 32. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. 33. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. 34. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. 35. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; 36. estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.” 37. Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? 38. ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? 39. ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” 40. Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” 41. Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. 42. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; 43. era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.” 44. Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” 45. Y él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.” 46E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna

Christus Vincit, Christus Regnat, Christus Imperat. 
Christus vincit, regnat, imperat: ab omni malo plemem suam defendat.

*El Papa Sixto V (1521-1590) hizo grabar estas palabras en el obelisco que se levanta en medio de la plaza de San Pedro en Roma.

¡VIVA CRISTO REY!


Addenda: Sobre el reinado de Cristo y sus profundas implicaciones, les enlazo un excelente artículo del P. José María Iraburu. Clicar aquí.

jueves, 28 de diciembre de 2023

Los Santos Inocentes

 Así dice Yahveh: En Ramá se escuchan ayes, lloro amarguísimo. Raquel que llora por sus hijos, que rehúsa consolarse - por sus hijos - porque no existen. (Jeremías 31, 15)

Y los Herodes de este siglo, heraldos de Satanás, promueven leyes inicuas que permiten asesinar a los niños en el vientre de sus madres. Y también leyes antinatura que permiten adoctrinar a los más pequeños en antropologías aberrantes. A la vez, salvo raras excepciones, sus padres callan y otorgan. Pero no se nos olvide: Dios es infinitamente misericordioso e infinitamente justo. Porque no hay justicia sin misericordia ni misericordia sin justicia.
No podéis beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios.

                                                                                                         (1 Corintios 10, 21)

sábado, 23 de diciembre de 2023

Emmanuel, Dios con nosotros

 ¡Feliz y Santa Navidad!

viernes, 8 de diciembre de 2023

Solemnidad de La Inmaculada Concepción de María

 Por Benedicto XVI

"María, en Ella encuentran acogida las promesas de la antigua Alianza. En María la Palabra de Dios encuentra escucha, recepción, respuesta; halla aquel «sí» que le permite hacerse carne y venir a habitar entre nosotros. En María la humanidad, la historia, se abren realmente a Dios, acogen su gracia, están dispuestas a hacer su voluntad. María es expresión genuina de la Gracia. Ella representa el nuevo Israel, que las Escrituras del Antiguo Testamento describen con el símbolo de la esposa. Y san Pablo retoma este lenguaje en la Carta a los Efesios donde habla del matrimonio y dice que «Cristo amó a su Iglesia: Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para presentarse a Él mismo la Iglesia toda gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (5, 25-27). 

La luz que promana de María nos ayuda también a comprender el verdadero sentido del pecado original. En María está plenamente viva y operante esa relación con Dios que el pecado rompe. En Ella no existe oposición alguna entre Dios y su ser: existe plena comunión, pleno acuerdo. Existe un «sí» recíproco, de Dios a ella y de ella a Dios. María está libre del pecado porque es toda de Dios, totalmente expropiada para Él. Está llena de su Gracia, de su Amor.

Ante todo nos impresiona siempre, y nos hace reflexionar, el hecho de que ese momento decisivo para el destino de la humanidad, el momento en el que Dios se hizo hombre, está envuelto de un gran silencio. El encuentro entre el mensajero divino y la Virgen Inmaculada pasa completamente inadvertido: ninguno lo sabe, nadie habla de ello. Es un acontecimiento que, si sucediera en nuestros tiempos, no dejaría rastro en periódicos ni revistas, porque es un misterio que ocurre en el silencio. Lo que es verdaderamente grande a menudo pasa desapercibido y el quieto silencio se revela más fecundo que la frenética agitación que caracteriza nuestras ciudades, pero que —con las debidas proporciones— se vivía ya en ciudades importantes como la Jerusalén de entonces. Ese activismo que nos hace incapaces de detenernos, de estar tranquilos, de escuchar el silencio en el que el Señor hace oír su voz discreta. María, el día en que recibió el anuncio del Ángel, estaba completamente recogida y al mismo tiempo abierta a la escucha de Dios. En ella no hay obstáculo, no hay pantalla, no hay nada que la separe de Dios. Este es el significado de su ser sin pecado original: su relación con Dios está libre de la más mínima fisura; no hay separación, no hay sombra de egoísmo, sino una perfecta sintonía: su pequeño corazón humano está perfectamente «centrado» en el gran corazón de Dios. Así, queridos hermanos, la voz de Dios no se reconoce en el estruendo y en la agitación; su proyecto sobre nuestra vida personal y social no se percibe permaneciendo en la superficie, sino bajando a un nivel más profundo, donde las fuerzas que actúan no son las económicas y políticas, sino las morales y espirituales. Es allí donde María nos invita a descender y a sintonizarnos con la acción de Dios. 

Hay una segunda cosa, más importante aún, que la Inmaculada nos dice y es que la salvación del mundo no es obra del hombre —de la ciencia, de la técnica, de la ideología—, sino que viene de la Gracia. ¿Qué significa esta palabra? Gracia quiere decir el Amor en su pureza y belleza; es Dios mismo así como se ha revelado en la historia salvífica narrada en la Biblia y enteramente en Jesucristo. María es llamada la «llena de gracia» (Lc 1, 28) y con esta identidad nos recuerda la primacía de Dios en nuestra vida y en la historia del mundo; nos recuerda que el poder de amor de Dios es más fuerte que el mal, puede colmar los vacíos

que el egoísmo provoca en la historia de las personas, de las familias, de las naciones y del mundo. Estos vacíos pueden convertirse en infiernos donde es como si la vida humana fuera arrastrada hacia abajo y hacia la nada, privada de sentido y de luz. Los falsos remedios que el mundo propone para llenar estos vacíos en realidad amplían la vorágine. Sólo el amor puede salvar de esta caída, pero no un amor cualquiera: un amor que tenga en sí la pureza de la Gracia —de Dios, que transforma y renueva— y que pueda así introducir en los pulmones intoxicados nuevo oxígeno, aire limpio, nueva energía de vida. María nos dice que, por bajo que pueda caer el hombre, nunca es demasiado bajo para Dios, que descendió a los infiernos; por desviado que esté nuestro corazón, Dios siempre es «mayor que nuestro corazón» (1 Jn 3, 20). El aliento apacible de la Gracia puede desvanecer las nubes más sombrías, puede hacer la vida bella y rica de significado hasta en las situaciones más inhumanas.


Y de aquí se deriva la tercera cosa que nos dice María Inmaculada: nos habla de la alegría, esa alegría auténtica que se difunde en el corazón liberado del pecado. El pecado lleva consigo una tristeza negativa que induce a cerrarse en uno mismo. La Gracia trae la verdadera alegría, que no depende de la posesión de las cosas, sino que está enraizada en lo íntimo, en lo profundo de la persona y que nadie ni nada pueden quitar. El cristianismo es esencialmente un «evangelio», una «alegre noticia», aunque algunos piensan que es un obstáculo a la alegría porque ven en él un conjunto de prohibiciones y de reglas. En realidad el cristianismo es el anuncio de la victoria de la Gracia sobre el pecado; de la vida sobre la muerte. Y si comporta renuncias y una disciplina de la mente, del corazón y del comportamiento es precisamente porque en el hombre existe la raíz venenosa del egoísmo que le hace daño a él mismo y a los demás. Así que es necesario aprender a decir no a la voz del egoísmo y a decir sí a la del amor auténtico. La alegría de María es plena, pues en su corazón no hay sombra de pecado. Esta alegría coincide con la presencia de Jesús en su vida: Jesús concebido y llevado en el seno, después niño confiado a sus cuidados maternos, luego adolescente y joven y hombre maduro; Jesús a quien ve partir de casa, seguido a distancia con fe hasta la Cruz y la Resurrección: Jesús es la alegría de María y es la alegría de la Iglesia, de todos nosotros.

Que en este tiempo de Adviento María Inmaculada nos enseñe a escuchar la voz de Dios que habla en el silencio; a acoger su Gracia, que nos libra del pecado y de todo egoísmo; para gustar así la verdadera alegría. María, llena de gracia, ¡ruega por nosotros!"

“He aquí la esclava del Señor; 
hágase en mi según tu palabra”


AddendaLa Inmaculada Concepción de la Virgen María fue definida por el Papa Pío IX en la bula Ineffabilis Deus del 8 de diciembre de 1854 de la siguiente forma: 
"La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano".
Desde ese día esa doctrina está considerada por la Iglesia como un dogma de fe, es decir, como afirmó Pío IX
"...está revelada por Dios y debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles". Y si alguno no lo hace, "sepa y tenga por cierto que está condenado por su propio juicio, que ha sufrido naufragio en la fe y se ha apartado de la unidad de la Iglesia".
Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 490-493), la razón de este privilegio concedido por Dios a la Virgen María es la "misión tan importante" que debía cumplir, como es concebir y dar a luz al Verbo Encarnado, por lo cual, "para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación, era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios" en todos los momentos de su vida.

Por tanto, desde el primer instante de su ser, cuando se unieron su cuerpo y su alma en el vientre de su madre, Santa Ana, la Virgen María fue santificada por la gracia de Dios, de modo que su alma nunca estuvo sin la gracia santificante.

En ocasiones hay quien confunde dos dogmas marianos: la Inmaculada Concepción y la Concepción Virginal.

Aunque hay un vínculo teológico entre ambas doctrinas, se refieren a cosas distintas. La Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de la Virgen María y a su alma, que por la Purísima Concepción quedó libre del pecado original.

La Concepción Virginal se refiere a la concepción de Jesucristo y a su cuerpo, que fue formado sin concurso de varón, es decir, virginalmente, pues María fue virgen antes, durante y después del parto: es el dogma de la Virginidad Perpetua de Nuestra Señora. Laus Deo.

viernes, 1 de diciembre de 2023

Las algarrobas de los puercos

 Copio un lúcido articulo de Juan Manuel de Prada (original, clicar aquí):

A veces se me acercan gentes desoladas por el resultado de las elecciones recientes, como si el cambio político hubiese podido limpiar milagrosamente esta pocilga llamada España. Pero, para salir de la pocilga, no bastará un intercambio de cromos ideológicos dentro de las reglas establecidas por el Régimen del 78. Tendrá que ocurrir una directa intervención sobrenatural, seguramente precedida por grandes cataclismos históricos.

La historia humana se inicia cuando el hombre, confrontado con la naturaleza, logra discernir que todo poder debe ser necesariamente moral y que, por lo tanto, es necesario determinar lo que es bueno y lo que es malo. Este orden moral objetivo fue sostenido por los hombres de todas las épocas, y bajo las más diversas formas de civilización; aunque, desde luego, en unas civilizaciones fue mejor discernido que en otras (y en ninguna tan óptimamente como en la Cristiandad). Pero, más allá de estos diversos grados de discernimiento, lo que todas las civilizaciones convinieron es que nadie podía aportar invenciones a ese orden moral, del mismo modo que no se pueden aportar nuevos colores primarios.

Hasta esta época maldita, en la que los manipuladores, con la golosina del subjetivismo, nos hicieron creer que el orden moral podía ser subvertido y establecieron que las acciones humanas se guiasen por el deseo, por el capricho, por la más pura apetencia disfrazada de emotivismo. Desde ese momento, lo bueno se pudo rechazar y lo malo aceptar sin remordimiento. Y, además, las masas cretinizadas empezaron a contemplar a estos manipuladores como si fueran bienhechores, porque les habían aliviado la carga de la conciencia, que hasta entonces los oprimía. Así se creó la pocilga en la que ahora vivimos, una sociedad sin discernimiento moral, donde el mal puede actuar sin recato y orgullosamente; y reclamando, además, que sus fechorías sean aplaudidas. Cuando se ha moldeado a varias generaciones en esta inversión moral, el mal puede reconfigurar la realidad; y puede hacer creer a las masas cretinizadas que la pocilga donde viven es un paraíso (socialista o liberal, según lo determinen las elecciones).

Pero, como nos enseña Carlyle, «un hombre sin manos puede todavía hacer uso de los pies; pero tened presente que sin moralidad la inteligencia le sería imposible». En efecto, los hombres completamente inmorales nada pueden conocer en profundidad, nada pueden saber verdaderamente, por la sencilla razón de que han dejado la verdad abandonada y abatida. Así que su destino es vivir en una pocilga, donde podrán tal vez chapotear en el lodo y revolcarse en el estiércol; pero donde tarde o temprano tendrán que comerse las algarrobas de los puercos. Sólo entonces, cuando hayamos probado el castigo que nos merecemos, podremos abandonar la pocilga y volver a la casa del Padre. Hasta entonces, podemos entretenernos gorrinamente con las sucesivas elecciones que el Régimen del 78 nos eche en el comedero.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Carta a Monseñor Joseph Strickland

Mons. Athanasius
Carta de Mons. Athanasius Schneider a Mons. Joseph Strickland

 ¡Alabado sea Jesucristo!

 Su Excelencia, Obispo Strickland,   querido y estimado hermano en el   episcopado,

Es para mí un privilegio y una alegría expresarles a todos mi gratitud y aprecio por tu valiente dedicación a mantener, transmitir y defender sin compromisos la fe católica, que los apóstoles entregaron a la Iglesia y con la que todas las generaciones de católicos, especialmente nuestros antepasados, nuestros padres y madres, nuestros sacerdotes y religiosas catequistas, fueron alimentados. En verdad, podemos aplicarte, querido Obispo Strickland, lo que San Basilio dijo en su tiempo: «La acusación que ahora seguramente asegurará un castigo severo es el cuidado en la preservación de las tradiciones de los Padres» (Ep. 243).

Permítanme compartir con ustedes las siguientes palabras muy oportunas del mismo gran y santo obispo:

«Las doctrinas de la verdadera religión están derrocadas. Las leyes de la Iglesia están en confusión. La ambición de hombres que no temen a Dios se apresura a ocupar altos cargos en la Iglesia, y el cargo elevado ahora es conocido públicamente como el premio de la impiedad. El resultado es que cuanto más blasfema un hombre, más apto lo considera la gente para ser obispo. La dignidad clerical es cosa del pasado. Hay una completa falta de hombres que pastoreen el rebaño del Señor con conocimiento. Los eclesiásticos en autoridad tienen miedo de hablar, ya que aquellos que han alcanzado el poder por interés humano son esclavos de aquellos a quienes deben su avance. La fe es incierta; las almas están empapadas en la ignorancia porque los adulteradores de la palabra imitan la verdad. Las bocas de los verdaderos creyentes están mudas, mientras que cada lengua blasfema ondea libremente; las cosas sagradas son pisoteadas». (Ep. 92)

Vivimos de hecho en un tiempo como el descrito por San Basilio con una sorprendente similitud. Las palabras de San Basilio en su Carta al Papa San Dámaso, en la que pedía la ayuda y la eficaz intervención del papa, son completamente aplicables a nuestra situación hoy:

«La sabiduría de este mundo gana los mayores premios en la Iglesia y ha rechazado la gloria de la cruz. Los pastores son desterrados, y en su lugar se introducen lobos feroces que apresuran al rebaño de Cristo. Las casas de oración no tienen a nadie para reunirse en ellas; los lugares desiertos están llenos de multitudes que lamentan. Los ancianos lamentan cuando comparan el presente con el pasado. Los jóvenes son aún más dignos de compasión, porque no saben de lo que han sido privados». (Ep. 90)

Querido Obispo Strickland, a diferencia de San Basilio, quien se dirigió al Papa Dámaso, lamentablemente no tienes la verdadera oportunidad de dirigirte al Papa Francisco para que te ayude a mantener celosamente las sagradas tradiciones del pasado. Por el contrario, la Santa Sede te somete ahora a escrutinio y te amenaza con intimidaciones y privación del cuidado episcopal de tu rebaño en Tyler, básicamente por una única razón: que, al igual que San Basilio, San Atanasio y muchos otros obispos confesores a lo largo de la historia, mantienes las tradiciones de los Padres; solo porque no silencias la verdad, solo porque no te comportas como no pocos obispos de nuestro tiempo, quienes, utilizando las palabras de San Gregorio de Nazianzo, «sirven a los tiempos y demandas de las masas, dejando su barco a merced del viento que sople en ese momento, y como camaleones, saben darle muchos colores a sus palabras» (De vita sua (Carmina) 2, 11).

Sin embargo, querido Obispo Strickland, tienes la fortuna de que todos los papas del pasado, todos los valientes obispos confesores del pasado, todos los mártires católicos, quienes, en palabras de Santa Teresa de Ávila, estaban «dispuestos a sufrir mil muertes por cada artículo del credo» (La Vida de Teresa de Jesús, 25:12), te están apoyando y alentando. Además, los más pequeños en la Iglesia oran por ti y te apoyan; son un creciente, aunque pequeño, ejército de fieles laicos, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo, que fueron puestos en la periferia por altos dignatarios de la Iglesia, incluso en el Vaticano, cuyas principales preocupaciones parecen ser complacer al mundo y promover su agenda naturalista y la aprobación del pecado de la actividad homosexual bajo el pretexto de la bienvenida e inclusión.

Querido Obispo Strickland, gracias por estar decidido «a servir al Señor y no al tiempo», como en su momento exhortó San Atanasio a los obispos (Ep. ad Dracontium). Oro para que más obispos en nuestros días, como tú, alcen su voz en defensa de la Fe Católica, proporcionando así el alimento espiritual y consuelo para muchos católicos que a menudo se sienten abandonados como huérfanos.

Seguramente, los futuros papas te agradecerán por tu valiente fidelidad a la Fe Católica y a sus sagradas tradiciones, con lo cual contribuiste al honor de la Sede Apostólica, que en parte se vio oscurecida y manchada por nuestro tiempo desfavorable.

San José, tu patrón, el «buen y fiel siervo», esté siempre a tu lado, y la Bienaventurada Virgen María, nuestra dulce Madre celestial, la destructora de todas las herejías, sea tu fuerza y refugio.

Con profundo respeto, unidos en la santa batalla por la Fe y en oración,





Nota: Recientemente, Mons. Joseph Strickland (obispo de Tyler, Texas), ha emitido tres cartas pastorales en las que defiende, claramente, los principios básicos de nuestra Fe Católica. Principios claros y evidentes para cualquier católico, o al menos así debería ser en estos tiempos en los que la oscuridad y el abismo se ciernen sobre la Santa Iglesia Católica. Y no por enemigos externos, que también y que además han estado siempre presentes, sino por enemigos internos a la propia Iglesia. Las tres cartas pastorales de Mons. Joseph Strickland son estas: Primera carta, Segunda carta. Tercera carta. Y aquí, la amenaza que el Papa proyecta sobre el buen obispo StricklandFrancisco prepara la renuncia de Mons. Strickland.